y de un fármaco, del frío,
de la certeza y el vértigo de saberse
tan míseros y heridos como el animal
que ha perdido a su madre.
Ella inventó una casa,
una casa en la que debían crecer lirios,
una casa tan reconocible.
Pero lo dijo Sontag,
hay algo de sádico y cruel
en la naturaleza humana:
él destruyó su casa.
Mientras ella teñía sus ropas
para empezar de nuevo,
mientras tejía prendas,
él destruyó la casa.
Se quedó sola frente al mundo.
Se llenó de flores la boca y,
para el desastre,
escombros saliva
inevitable grieta,
se metió un manojo de flores
en la boca.
Hubo una vez una mujer hecha de sombras
que nunca tuvo una casa,
que enferma vomitaba lirios
y triste esperó.
Tú también sabes que nadie querría
a una mujer que escupa lirios.
Mujer traga pasado pájaro.
Alguien destruyó su casa.
Todavía hoy la reconocen.
Sara Herrera Peralta, Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla
poema ilustrado por Paula Bonet |
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